Es el calor, la almohada que garantiza un sueño dulce, el alimento, el consuelo, el agua que calma la sed. El pecho es el refugio que resguarda al recién nacido de un mundo demasiado luminoso, demasiado ruidoso, desconocido, frío, caluroso e inmenso.
Después el tiempo pasa, el bebé crece y se convierte en niño, y el pecho de la madre sigue siendo el hogar al que regresar tras un rato explorando el mundo. El pecho son los brazos que lo cobijan cuando, cansado de recibir estímulos de un universo por descubrir, apasionante, sorprendente y novedoso, se necesita un colchón en el que apoyar la cabeza.
Mucho se ha hablado de la lactancia materna y el tema sigue dando que hablar. Ya no cabe duda de que es la mejor alimentación que puede recibir el niño de forma exclusiva durante sus primeros seis meses de vida, y que debe mantenerse como mínimo hasta los dos años, con otros alimentos como complemento.
También parece estar asumido que la lactancia debe ser ‘a demanda’, que es el niño quien debe establecer los ritmos y la duración, que la inmensa mayoría de las mujeres tiene leche, y de calidad, y que el pecho no es sólo la respuesta al hambre, sino muchas cosas más.
Sin embargo, los bebés menores de seis meses que son alimentados en exclusiva con leche materna no alcanzan el 40%, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lo cierto es que, aunque cada vez existe más información y más formación por parte de los profesionales sanitarios acerca de los beneficios de la lactancia materna, no se puede decir aún que el tema está superado.
Muchas madres primerizas se encuentran con que, tras un curso de preparación al parto en el que se ha insistido en la importancia de dar el pecho, llegado el momento del nacimiento del bebé, un médico, una matrona, un pediatra o una enfermera ofrecen un biberón en cuanto el llanto del recién nacido se prolonga más de dos minutos.
Si atendemos al entorno familiar y social, el tema de la lactancia (y de la crianza en general) se hace susceptible de generar opiniones y juicios provenientes de todas las fuentes posibles. «Este niño tiene hambre», «lo vas a empachar», «la teta ya no le alimenta», «como se te acostumbre estás perdida», «tienes que esperar a que pasen tres horas para que el estómago descanse»… son sólo algunas de las afirmaciones que, normalmente sin pudor alguno, tiene que soportar la madre.
Cuando la mujer está muy informada y tiene muy claros sus propósitos, normalmente, consigue mantener con éxito la lactancia. Pero muchas veces no es así. El bebé llega al mundo, la madre está muy cansada, le duele el pecho, el niño llora, no sabe si se queda con hambre, cree que puede no tener leche («mi madre no nos pudo dar de mamar a ninguno»…), le han salido grietas en los pezones y, en medio de esta nueva situación, el pediatra le ha dicho que pruebe a darle un biberón, y su vecina le ha asegurado que así dormirá toda la noche.
Es una situación frecuente, y una madre insegura y cansada necesita a toda costa que alguien le diga con firmeza qué es lo mejor que puede hacer. El problema es que no siempre el consejo es el más acertado.
La leche de fórmula es una alternativa a la lactancia materna para todas aquellas mujeres que, por la razón que sea, no pueden o no quieren dar el pecho a sus hijos. El objetivo no es, por tanto, criminalizar a quienes optan por el biberón, sino asegurarnos de que las mujeres (y también los hombres) disponen de toda la información y todas las herramientas necesarias para tomar una decisión consciente y deliberada, alejada de mitos, prejuicios y opiniones sesgadas. Porque es la información la que nos hace libres para elegir.
Llegar a ese estadio resulta difícil porque los mitos están muy arraigados y hay que reconocer que, hasta que establece con normalidad, la lactancia es difícil las primeras semanas. Tampoco la vida laboral facilita las cosas, pues la verdadera conciliación queda aún lejos.
Si hablamos de lactancia prolongada más allá de los dos años o lactancia ‘a término’ (hasta que madre e hijo quieren), los problemas se multiplican. Por una parte, la mujer que llega a dar el pecho hasta los dos años tiene muy claro lo que quiere y se verá menos afectada por opiniones ajenas. Pero las opiniones ajenas seguirán ahí, insistentes. Llegarán con miradas desaprobatorias, con gestos de sorpresa e incluso con afirmaciones de profesionales que, amparándose en no sabemos qué ‘ciencia exacta’, se empeñarán en anunciar los males psicológicos que sufrirá ese niño que ha tomado teta durante ‘tanto tiempo’.
Lo que sí está demostrado sobre la lactancia
Más allá de los mitos, centrémonos en lo que sí está demostrado:
- La lactancia materna aporta al bebé todos los nutrientes que necesita hasta los seis meses de vida y contiene anticuerpos que lo protegen de enfermedades frecuentes.
- Es el alimento infantil con menos probabilidades de provocar alergias.
- El ejercicio físico que realiza el lactante con la succión mamaria aumenta su capacidad pulmonar.
- La succión favorece un buen desarrollo de la mandíbula y los dientes.
- Los niños amamantados tienen menos riesgo de ser sobrealimentados, puesto que dejan de succionar cuando están saciados.
- La lactancia materna reduce el riesgo de cáncer de mama y ovario, ayuda a las mujeres a recuperar más rápidamente el peso anterior al embarazo y reduce las tasas de obesidad.
- La tensión arterial de los adultos que de pequeños tomaron pecho suele ser más baja, al igual que el colesterol y las tasas de sobrepeso, obesidad y diabetes de tipo 2.
- Las personas que tuvieron lactancia materna durante su infancia obtienen mejores resultados en las pruebas de inteligencia, según algunos estudios, y muestran mayor precocidad en el desarrollo psicomotriz.
- Las infecciones respiratorias y digestivas son menos frecuentes en niños que han sido amamantados.
- Las mujeres con VIH pueden dar el pecho siguiendo un tratamiento antirretrovírico, lo que puede mejorar significativamente la probabilidad de supervivencia del lactante sin que se vea infectado por el VIH.
- La oxitocina que libera la mujer tras el parto estimula las células musculares del útero y ayuda a que la hemorragia uterina se corte más rápidamente.
- La lactancia natural refuerza los vínculos afectivos entre la madre y el hijo y disminuye las probabilidades de padecer depresión postparto.
Además de la OMS, otras organizaciones, como UNICEF, la Asociación Española de Pediatría (AEP) o la Academia Americana de Pediatría (AAP) suscriben estas afirmaciones. Estudios más recientes aseguran, asimismo, que la lactancia materna previene la celiaquía, que los niños amamantados son menos propensos a sufrir alergias a lo largo de su vida y que las mujeres que amamantan están más protegidas frente a enfermedades como la osteoporosis o la artritis rematoidea.
Todo ello hace que hoy no se pueda poner en duda que la leche materna es el mejor alimento para el bebé, ni siquiera desde la industria farmacéutica, de la que formamos parte. Es cierto que somos una parafarmacia online, que vendemos biberones y leche de fórmula, como vendemos sacaleches. Pero por encima de nuestros intereses comerciales está nuestra responsabilidad como profesionales de un sector íntimamente relacionado con la salud, y también nuestro interés por el bienestar de los niños. Teníamos que decirlo.
Y me atrevería a decir que también está demostrado que «No hay mal que la teta no cure» Al menos, yo lo tengo comprobado con mis dos hijas, las dos lactantes de larga (muy larga) duración.
Me ha encantado el post, gracias por informar tan bien.